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Hoy: Cuchara para recoger cochinilla [23. 2011. 406]


p>Esta singular cuchara, manufacturada en chapa galvanizada, tiene estructura de prisma trapezoidal en forma de cajoncito cerrado a la mitad de su boca para evitar el derrame de lo que se iba recolectando y unido mediante soldadura a un apéndice de forma cilíndrica en el que iría insertado un palo o caña que hace las veces de mango, permitiendo acceder más fácilmente a la penca, sin picarse, para la labor de recolección de la cochinilla.

De forma parecida son los denominados “cajoncito o cogedor…”, de diferentes tamaños, pero sin la lengüeta que cubre su parte superior. Es de suponer que en su momento el artesano latonero que los fabricaba ideó esta forma de cerrarlo hasta casi la mitad para evitar la caída de contenido de la misma.

Este objeto de pequeño tamaño (10.5 cm de largo, 7.2 cm de alto y 4 cm de ancho) que protagoniza hoy nuestro REGISTRO DE SALIDA es una reproducción de los años 80 del siglo XX de un tipo de recogedor que puede resultar extraño a la mayoría puesto que el formato más común y también más conocido tiene forma de cono. Se utilizaba para coger la cochinilla (Dactylopius coccus) denominada también, en una determinada época, como grana, en la creencia errónea de su origen vegetal de una planta originaria de Méjico, pues así aparece en todos los textos hasta el siglo XVIII. Se trata, sin embrago, del insecto parásito de la chumbera o nopalera, donde desarrolla su ciclo vital completo. Los machos son blanquecinos, voladores, de 1.5mm. y las hembras son de color rojo, globosas, carecen de alas y miden 2mm.

El principio colorante de la cochinilla es el carmín, o ácido carmínico, y se obtiene de los cuerpos desecados de las hembras fecundadas. Producen colores rojo, carmín, escarlata o violado según el mordiente empleado. La técnica del teñido, de origen prehispánico, era de excepcional calidad y hasta la introducción de los tintes sintéticos estuvo asociado al textil de lujo. Aún hoy se sigue utilizando para dar color a productos farmacéuticos, alimenticios y cosméticos, entre otros.

La cochinilla era conocida y exigida como tributo en el Méjico prehispánico por ser la materia tintórea más estimada. Fueron los españoles quienes la mercantilizaron e introdujeron en Europa desde los primeros tiempos de la colonización. Desbancó a todas las materias vegetales y animales usadas hasta entonces para obtener el color rojo (la púrpura, el kermes, los granos de Polonia, el palo de Brasil, la orchilla…). Si bien existen noticias de su intento de aclimatación en torno a 1780, en la zona de Adeje, sur de Tenerife, habrá que esperar hasta finales del primer cuarto del siglo XIX en el que se impulsa de manera definitiva su cultivo como materia tintórea, extendiéndose su siembra a otras de las islas. El producto se exportará, básicamente, a puertos europeos, iniciando un corto pero fructífero ciclo económico en el archipiélago.

La planta conocida como tunera o penca, que además abundaba en las islas de manera salvaje sin necesidad de riego, dejaría de ser únicamente una fuente de suministro de frutos de alimentación de las clases bajas para convertirse en la cuna del insecto que creó mucha riqueza en muy poco tiempo. No fue hasta el descubrimiento de nuevos colorantes sintéticos como las anilinas, más baratos y fáciles de obtener, cuando se produjo su decadencia.

En la actualidad, el tinte obtenido de la Dactylopius coccus, el insecto parásito que conocemos como cochinilla, vive un nuevo auge y es cada vez más demandado en el mercado internacional como producto natural y sostenible de gran calidad, por su amplia gama de matices.

Para saber más:

Millares Cantero, Agustín. Apuntes etnohistóricos de la cochinilla en Canarias. Actas del II Congreso Iberoamericano de Antropología (1983). Cabildo Insular de Gran Canaria, 1985. [págs. 631 a 654]

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