Separar la paja del centeno VIII: «Bajo el sol de Mayo»

Separar la paja del centeno

 
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Bajo el sol de Mayo


En esta actividad el relato y la noticia falsa cobran protagonismo; pero su finalidad es meramente lúdica y educativa –y más en los tiempos que corren–, siendo su único propósito el entretenimiento, despertar la imaginación y el espíritu crítico. Aprender a discernir lo que es real frente a lo que no y, sobre todo, separar la paja del centeno (o grano).

Contempla la imagen, lee el texto y sigue las instrucciones; porque, a veces, las cosas no son lo que aparentan y quitando el ornamento podrás darte cuenta que subyace otra realidad.

Hay clamor en el ruedo. Bullicio con sabor a vino y a manises. Los concurrentes lanzan sus sombreros al aire y, por unos segundos, la soleada plaza se sumerge en una breve penumbra que hasta se agradece. Un anciano se atusa el bigote mientras ojea la prensa del día. Sus dedos están manchados con tinta fresca, como de costumbre, porque con su índice derecho suele escribir en el aire cartas de amor para alguien que ya no está entre nosotros. Junto a él, una señora esnifa tabaco con los ojos entornados, al tiempo que su nieto se afana por quitarle el pegajoso envoltorio a una melcocha.

Suenan los clarines y redoblan los tambores. ¡La expectación es máxima! Por la puerta accede a la arena la altiva y bien pertrechada cuadrilla. Cuerpos esbeltos, refulgentes sus atavíos y altivos sus andares. Con presteza encuentran su lugar en el coso, equidistantes, eso sí, porque en estos momentos mantener la justa separación es fundamental.

En un lateral de la plaza, un portón grueso y chirriante es abierto con cierta dificultad. Aunque siempre estuvo pintado de color rojo sangre, en la jornada de hoy es verde esperanza, como también era verde y frondoso el pino-tea del cual se obtuvieron los tablones para construirlo. Magnífica labor de carpinteros y herreros del sur de la isla. Y así, entre vítores y aplausos, poco a poco va saliendo de la puerta de chiqueros un singular ingenio de estructura metálica y ruedas de madera. La máquina, más alta que una jirafa de las que son cazadas en lejana África, es empujada por seis operarios; a la vez que otro de ellos, situado en un pequeño andamio, gesticula dando órdenes, asegurando cuerdas y tensando poleas de lino fino cual avezado tramoyista. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres… Siempre la misma cantinela.

La punta de este remedo de torre está rematada por un poste provisto de una garrucha y de la que pende un hermoso toro. Pero, no se trata de un bóvido cualquiera, pues el Toro de Mayo no es animal de lidia ni amigo de recortes, a pesar de tener ancestros en la mismísima isla de Creta. Más bien es un ser manso y de trato fácil, reverenciado por su pelaje prieto y brillante como la obsidiana, por sus cuernos de bornio y sus pezuñas de basalto pulido.

Resuenan de nuevo los metales y las cajas templadas. Cuatro diestros provistos de varas de pinsapo zurran a la “bestia” al ritmo que les pauta una polca compuesta para la sazón. A cada golpe que recibe el toro, su zarandeo se acrecienta, provocando que la estructura metálica de la que pende se levante unos centímetros del suelo. No obstante, eso no preocupa ahora, pues para evitar males mayores ya se había dispuesto en el maderamen el orondo operario. Ante esta hilarante escena, el público ríe a mandíbula batiente esperando el inevitable desenlace. En cuanto al toro, como siempre, se pavonea ante los concurrentes a cada varazo que recibe su fornido cuerpo, como si la cosa no fuese con él. Sin embargo, en su pelambrera ya son perceptibles algunas rasgaduras por las que salen mechones de algodón tan blanco como la nieve pura del Teide. Unos caen al suelo, otros remontan el vuelo como los vilanos cuando buscan un lugar allende el horizonte.

En medio del frenesí, un tropel de chiquillos se lanza sin tino al centro del ruedo, pues el Toro de Mayo ha dejado caer su contenido. Tras ellos, los adultos se abren también camino, pues éstos son los antiguos niños que tampoco quieren perder la oportunidad de llenar sus bolsas, bolsillos, gorros y sombreros con el ansiado tesoro vertido sobre el terreno.

Cae la noche, la brisa de la montaña ya serpentea entre las calles de la ciudad. Una estrella quiere verse reflejada en un ojo parduzco que apunta hacia el cielo. Un ojo seco, casi mate. Un ojo desorbitado que está en una cabeza bamboleante que cuelga solitaria de una garrucha. Es lo único que queda del Toro de Mayo. Bajo ella, una veintena de gatos se afanan por lamer con sus lenguas de trapo la poquita humedad que queda sobre la arena. Lágrimas con sabor a fiesta.

Ahora, hagamos un ejercicio mental, extrayendo el elemento “absurdo” de esta instantánea e intentando dar respuesta a las siguientes preguntas (busca ayuda si lo estimas necesario):

  1. Tras la conquista insular, los festejos públicos con animales comenzaron a generalizarse en medio de una naciente sociedad criolla. Junto a los toros, ¿qué otro tipo de juegos a cielo abierto son referidos desde el siglo XVI en documentos oficiales?
    a.“Yincana” y fútbol; b. Cañas y carreras de sortijas; y c. Carreras de sacos y badminton.
  2. ¿Qué famosa calle lagunera recibe su nombre por uno de estos festejos?
  3. La Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife es un edificio historicista trazado por el arquitecto Antonio Pintor e inaugurado en 1893. ¿Podrías decirnos durante qué festejos fue abierto al público?
    a.Año Nuevo; b. Fiestas de Mayo; y c. Carnavales
  4. ¿Conoces qué otras funciones de ocio se llevaron a cabo en este recinto a lo largo de su historia?

Acto seguido, introduce de nuevo el elemento “absurdo”, contesta a las mismas preguntas planteadas, dejando volar tu imaginación.

Ya tienes los ingredientes básicos para crear dos historias: una basada en hechos verídicos y contrastados, frente a otra donde la inventiva cobra protagonismo.

Déjanos la propuesta que quieras y comenta las que vayan apareciendo, generando (si se puede) un debate virtual.

didacticamha@museosdetenerife.org