Registro de salida: «Cámara de fotos Voigtländer Vitoret»

Registro de salida

Este término, muy habitual en el argot del mundo de los museos para indicar que las piezas se mueven (del almacén o las salas expositivas hacia otro lado), lo usamos ahora desde el Museo de Historia y Antropología de Tenerife para hacerte llegar digitalmente algunos de sus fondos.





Hoy: Cámara de fotos Voigtländer Vitoret [23. 2021. 0045]


Esta cámara fotográfica, modelo Voigtländer Vitoret DR, fue fabricada en los años sesenta del siglo pasado. Es una cámara compacta con objetivo fijo Prontor 300 de 50mm y f2.8. Cuenta además con funda protectora y asa de cuero.

Es un artefacto robusto pero sencillo de usar, provisto de una buena óptica. Sus dimensiones aproximadas son 12.8 cm de largo, 6.9 cm de ancho y 8.7 cm de alto y combina en la superficie zonas negras y cromadas. En la parte superior cuenta con el rebobinador y el fotómetro de aguja y en la base se encuentra el contador de tomas fotográficas y el adaptador en el que se puede atornillar la funda protectora de la cámara. Desde la trasera, podemos abrir la tapa para cargar el carrete de la película. Estamos ante una cámara telemétrica, cuyo enfoque es regulado desde las ruedas dentadas del objetivo. Su apertura va desde el 2.8 al f22, con cuatro velocidades, además de disponer de la función Bulb que controla el tiempo de apertura del obturador a 1/30, 1/60, 1/125 y 1/300. El disparador está en la parte frontal [1].

El origen de la marca Voigtländer es austriaco, situándose cronológicamente en los albores de la fotografía en el siglo XIX. Aunque la compañía se creó en el año 1786 en Viena, posteriormente trasladó su sede a Alemania. A partir de los años treinta de ese siglo comenzó a fabricar objetivos fotográficos, siendo la primera en aplicar cálculos matemáticos precisos que, hasta el momento, se hacían a ojo. Asimismo, la calidad de la luminosidad favoreció la reducción de la velocidad de obturación. Dicha compañía no solo diseñaba y producía objetivos, también creó cámaras fotográficas completas. A finales de la centuria la empresa familiar “Voigtländer e Hijo” salió a bolsa, siendo absorbida por la compañía Schering en 1925. A partir de este momento aumentó la producción, incorporando novedosos elementos para la época como el primer objetivo zoom de 35 mm o la primera cámara compacta con flash incorporado.

En los años cincuenta del siglo pasado, la marca es vendida a la fundación Carl-Zeiss dando lugar, una década después, a la compañía Zeiss-Ikon/Voigtländer. En los años setenta, de la mano de Rollei, la marca llega a Singapur y en 1978 forma parte del grupo Ringfoto. Desde el año 1999 la firma japonesa Cosina comparte los derechos de la marca, Cosina Voigtländer, orientando su producción tanto a la gama clásica como a la alta gama [2].

La fotografía surge ante el reto de fijar una imagen a un soporte sin mediar un pincel, como venía siendo habitual en el ámbito artístico a través de la pintura. Tras observar cómo la luz cambia la naturaleza de muchas sustancias (la clorofila, el betún de Judea, la plata, …) desde mediados del siglo XIX asistimos al nacimiento de la fotografía en soportes como el daguerrotipo y el calotipo, que evolucionarán a la par que la cultura de la imagen. Con la aplicación del colodión aumentó la demanda y venta de fotografías, quedando instaurada como una actividad económica comercial, en la que los fotógrafos empezaron a especializarse y el número de estudios fotográficos creció notablemente.

Con el paso de las placas de vidrio a un soporte de fijación en papel se fabrican los primeros carretes de celuloide, que será el formato estándar hasta el salto digital un siglo después, cuando se empezaron a comercializar las cámaras digitales en los años noventa del siglo XX.

Lejos de pretender ponernos a escribir sobre historia de la fotografía incidimos en el hecho de, cómo este proceso físico-químico tan complejo, derivó en la popularización de la creación fotográfica en el ámbito doméstico. Con solo apretar un botón, como ya nos animaba Kodak a principios del siglo XX, la cámara de fotos atravesó la puerta de los hogares llegando al público masivo.

Este es el caso de esta cámara que se incorpora a la colección de Tecnologías modernas del Museo de Historia y Antropología de Tenerife gracias a la donación de Ana María Delgado Morante. En el momento de su adquisición nos contaba cómo la cámara llegó a su hogar, a finales de los años sesenta del siglo XX, por iniciativa de su madre, a la que le gustaba tener “fotos de recuerdo de la familia”. Ella rememoraba aquellos momentos en que, junto a su hermana, acudían periódicamente al estudio fotográfico local para hacerse la foto anual correspondiente y, cómo, gracias a esa práctica habitual y recurrente, podían observar los cambios a lo largo del tiempo.

Esta cámara es testigo del momento en el que la fotografía se adentra en el hogar para entretejer álbumes familiares, cápsulas de escenas cotidianas o conmemoraciones festivas, tanto del contexto más íntimo como del entorno social cercano, conformando un relato con la suma de microhistorias en imágenes.

En la era digital, la capacidad ilimitada de tomar fotografías sin estar coartados/as por la finalización del carrete de negativos, nos anima a capturarlo todo al contar, además, con la oportunidad de visualizarlas de forma instantánea y poder, incluso, borrarlas de la memoria del dispositivo. Por el contrario, las fotografías analógicas eran una incertidumbre tras el momento de tomarlas, sin saber cómo habían quedado hasta tenerlas en las manos. Sólo se podían visualizar cuando la fotografía nos revelaba su imagen, alargando el proceso como si del nacimiento de una criatura se tratase.

Esta inquietud, esta capacidad casi mágica de la fotografía, le aporta un halo especial cuando es tomada con la cámara, cuando se prepara la escena y los participantes para ser capturados en un instante, cuando es revelada y cuando es mostrada y compartida, con los protagonistas de la escena y con los ajenos a ella. Además, algunas fotografías pueden salir veladas, con las formas diluidas en la película, como visiones a la espera de ser desechadas y olvidadas. Unas y otras, analógicas y digitales, al ser observadas desencadenan recuerdos, relatos, historias, todo narrado desde distintos ángulos y rememorado y reconstruido en cada visualización. En este proceso se cruzan distintos imaginarios ante y tras el ojo de la cámara [3]. Y compartiendo los recuerdos y negociando sus significados colectivamente vamos entreverando la historia y la memoria.


[1] http://www.diariodeunpixel.com/2018/05/voigtlander-vitoret-dr/ (Visitado por última vez el 08/11/2022).

[2] https://www.voigtlaender.de/ (Visitado por última vez el 08/11/2022).

[3] Barthes, R.: La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós, 2020.