Registro de salida: «Cañón»

Registro de salida

Este término, muy habitual en el argot del mundo de los museos para indicar que las piezas se mueven (del almacén o las salas expositivas hacia otro lado), lo usamos ahora desde el Museo de Historia y Antropología de Tenerife para hacerte llegar digitalmente algunos de sus fondos.





Hoy: Cañón [NP20221]


Coincidiendo con el 225 aniversario del hecho histórico de carácter bélico, acontecido el 25 de julio de 1797, conocido como LA GESTA (por la heroicidad y trascendencia que supuso la victoria del pueblo tinerfeño, frente al ataque de tropas inglesas comandadas por el almirante Horacio Nelson), presentamos esta interesante pieza que se expone junto a los restos que se han conservado de la muralla del que fue el mayor y más importante castillo defensivo que tuvo la isla: el Castillo de San Cristóbal. Sus ruinas, convertidas hoy en el Centro de Interpretación que lleva su nombre (y que está adscrito al Museo de Historia y Antropología de Tenerife) pueden visitarse bajo el lago de la Plaza de España en la capital de la isla.

Se trata de un cañón de hierro de avancarga de finales del siglo XVIII o principios del XIX que forma parte de un grupo de 7 piezas de artillería, todas de ellas del mismo material, halladas en septiembre de 2007 durante las obras de remodelación de la Plaza de España, cuando también se descubrieron los restos de las murallas que ahora se exponen en el citado Centro de Interpretación.

Ninguna de estas piezas presenta inscripciones ni adornos (carecen de armas reales, asas o divisas), aunque no debe descartarse que hubieran podido tenerlos y desaparecieran por la oxidación del metal, dado el mal estado de conservación en el que se encontraron. Su tipología es similar a otras piezas de artillería halladas en peor estado de conservación en otros puntos de la fachada litoral santacrucera, como el cañón aparecido en 2001 durante las obras que se ejecutaban en el aparcamiento del Palacio Insular o los encontrados entre 2010 y 2012 en diferentes puntos de las obras de ejecución del proyecto de la Vía Litoral.

Todos estos cañones han aparecido localizados entre el material de relleno de obra de las vías, absolutamente descontextualizados. Su ubicación en este tipo de sustrato puede estar atribuido al mencionado uso para relleno, como puntales, etc., un destino habitual cuando un cañón era dado de baja al finalizar su vida útil o como consecuencia de su inhabilitación por explotar al ser disparado, cosa que ocurría en algunas ocasiones o por cualquier otra causa que imposibilitara continuar como arma de fuego. En tales casos, la pieza era deshabilitada intencionadamente cortándole alguno de los apéndices necesarios para su encabalgamiento en su base de disparo (denominada cureña) o mediante alguna otra técnica que garantizara que no podría volver a utilizarse.

El hallazgo de estas piezas está relacionado con el hecho de que la actual vía litoral fue uno de los lugares que contaba con una mayor densidad de piezas de toda la isla, debido al gran número de emplazamientos artillados que se repartían a lo largo de la costa santacrucera. Estos formaban parte de un sistema defensivo de origen renacentista que se fue consolidando a lo largo de los siglos XVI al XVIII, configurado por varias fortalezas y castillos, además de murallas y otros emplazamientos defensivos en los que se disponían cañones y tropa, denominados baterías. Su efectividad se puso a prueba en más de una ocasión, culminando con el protagonismo que tuvo en el rechazo de las fuerzas inglesas durante el ataque de Nelson de 1797. El sistema incluía castillos como el de San Cristóbal, el de San Juan o Castillo Negro al sur de la ciudad, o los de San Pedro, Almeyda y Paso Alto, dispuestos consecutivamente a lo largo de la costa noreste. Junto a ellos, un conjunto de baterías complementaba el sistema con fuegos cruzados y accesos artilleros a las playas y calas aledañas, baterías como las de la Concepción, Isabel II, Barranco de Santos, de la Carnicería, de San Telmo y de San Francisco.

Existió una gran variedad de cañones de avancarga, calibres y medidas y su alcance máximo rondaba los cuatro mil metros para los de mayor calibre, si bien su mayor eficacia se encontraba en torno a los trescientos metros. Se construían de material fundido en bronce o de hierro como el que aquí presentamos. Estos cañones se cargaban por la boca, en cuyo interior o ánima lisa se introducían separadamente la carga de pólvora y el proyectil. A ambos lados del cuerpo de la pieza aparecen los muñones que, además de servir de eje de giro a la boca de fuego, facilitaba su encabalgamiento en la base de madera o cureña.

El cañón aparece como arma en el primer cuarto del siglo XVI para sustituir a la culebrina, que se mostraba ineficaz para batir los muros de las fortalezas. Al ser más corto y de mayor calibre se conseguían piezas menos pesadas y más eficaces, aunque de menor alcance. Durante los siglos XVI y XVII, se denominaba cañón a la pieza que disparaba bala de 24 a 56 libras (11,8 a 26 Kg). Para calibres menores se usaron otras denominaciones como la de medio cañón, el tercio de cañón o tercerol (también llamado verraco), el cuarto de cañón y el octavo de cañón, que cargaba bala de 3 libras. Su peso variaba en función de su tamaño y de si estaba fundido en hierro o en bronce desde, por ejemplo, un cañón de a 24 libras que pesaba unas 3 toneladas a uno de tipo cuarto de cañón de 4 libras, que solo llegaba a unos 250 kilos. Debido a la complejidad que se derivaba de la gran variedad a la que se llegó con los tipos de artillería, durante el siglo XVIII se limitó el número de calibres que quedó reducido solamente a cinco para los cañones (24, 16, 12, 8 y 4 libras), denominados calibres de ordenanza y que perdurarán hasta mediados del siglo XIX.

Desde el punto de vista del material con el que se fabricaban, hasta bien entrado el siglo XVIII, el cañón de bronce fue considerado el arma por antonomasia. Estas eran piezas fiables que no se corroían, que podían reciclarse al término de su vida útil por simple fundición y, además, permitían una profusa ornamentación, muy acorde al gusto de la época. Cada cañón era una «escultura» única con nombre propio. Era la artillería de los ricos, dado su alto precio, siendo su gran inconveniente el elevado peso, un factor que limitaba el incremento de su número en los navíos y, por tanto, de la potencia de fuego a bordo.

En contraposición, el cañón de hierro fundido gozaba de mala prensa entre los artilleros navales, considerado como una alternativa barata a su hermano rico de bronce. El dicho «artillería de hierro, espanta a los de afuera y mata a los de adentro» era muy indicativo de ese estado de opinión. Conviene recordar que la tecnología del bronce es mucho más asequible que la del hierro por dos razones básicas: la temperatura de fusión del bronce es inferior a la de la fundición de hierro y en segundo lugar, la ligazón del cobre con el estaño es mucho más predecible que la correspondiente al hierro carbono. Por lo demás, el cañón de hierro es mucho más susceptible de ser atacado por la corrosión, presentando una muy mala conservación con el paso del tiempo, causa del mal estado en el que suelen aparecer estas piezas.

Pero la artillería de hierro se convirtió en la única alternativa económicamente viable para disponer a bordo de la potencia de fuego requerida, por lo que durante todo el siglo XVII se produjo un proceso de reemplazo paulatino de los cañones de bronce por los de hierro. El proceso se acelera al final de siglo, no únicamente por la razón económica con un alza constante del precio del cobre, sino porque, además, los combates navales exigían una creciente cadencia de tiro que el cañón de bronce no podía proporcionar. Durante todo el siglo XVIII, además de la estandarización mediante ordenanzas de calibres, pesos y medidas de los cañones, el cañón de hierro de avancarga, montado sobre cureña de madera se convirtió en el arma por excelencia, manteniéndose así, hasta bien entrado el siglo XIX.