Registro de salida: «Lápida»

Registro de salida

Este término, muy habitual en el argot del mundo de los museos para indicar que las piezas se mueven (del almacén o las salas expositivas hacia otro lado), lo usamos ahora desde el Museo de Historia y Antropología de Tenerife para hacerte llegar digitalmente algunos de sus fondos.





Hoy: Lápida [23. 2009. 006]


Con motivo del 225 aniversario de la Gesta del 25 de julio, en la que el castillo de San Cristóbal jugó un papel más que decisivo en la defensa de Santa Cruz de Tenerife, hecho constatado en la Relación cirunstanciada de José de Monteverde y en el Memorial de Grandi Giraud, hoy nos ocuparemos de una de las piezas más atractivas, y a la vez más desconocidas, de entre todas las expuestas en el Centro de Interpretación del Castillo de San Cristóbal, recinto cuya denominación ha eclipsado en más de una ocasión su condición de museo de sitio, único existente hasta la fecha en Tenerife. Nos referimos a una lápida expuesta en uno de los pasillos del referido espacio, a lo largo de cuyo recorrido se hace un breve repaso a la historia de Santa Cruz de Tenerife con la particularidad de abordarla desde el presente hacia el pasado, mientras se camina hacia los restos de muralla del citado Castillo. Frente a los paneles que nos recuerdan hechos decisivos en la historia del municipio, véase el desembarco de los conquistadores en la playa de Añazo o la obtención de la capitalidad del Archipiélago Canario en tiempos de Ruiz de Padrón, luce imperecedera una lápida en la que puede leerse una frase grabada a cincel: “[EST] A OBRA [MANDÓ FAZ] ER EL ILUSTRE CAVALLERO JU [AN] ALVAREZ DE FONSEC [A] SIENDO GOVERNADO [R]”.

De Juan Álvarez de Fonseca teníamos algún conocimiento a través de las noticias transmitidas por diversos autores en diferentes momentos. Así, Sabino Berthelot en Primera estancia en Tenerife (1820 - 1830) , obra que en realidad constituía la segunda parte de Misceláneas Canarias (1839) , al referirse al Castillo de San Cristóbal al que le dedica más de un párrafo, nos recuerda que “no sería hasta 1579 que el Gobernador de Tenerife, don Juan Álvarez de Fonseca, dio por terminada la obra cuya construcción se había iniciado en el reinado de Carlos V”. Claro que la referencia del diplomático francés no era de nuevo cuño, puesto que el abate Alonso de Espinosa en Milagros de Nuestra Señora de Candelaria (1594) ya se hacía eco de unos acontecimientos que habían transcurrido apenas unos años antes de la publicación de su obra en los siguientes términos: “Santa Cruz es un puerto desta isla [Tenerife], el primero donde desembarcaron los de la conquista, y así es el más antiguo pueblo de ella. Habitando gente de la mar tiene muy buena fortaleza, con mucha artillería y soldados de guarnición; fundóla Juan Álvarez de Fonseca, siendo gobernador desta isla…”.

No obstante, Fue Antonio Rumeu de Armas quien aportó cientos de datos inéditos sobre aquel gobernador que convirtió en un asunto personal todo lo concerniente a la defensa de la isla de Tenerife, circunstancia que vivió momentos cuasi epopéyicos en lo que a la construcción del Castillo de San Cristóbal se refiere. Conviene recordar que la potestad en materia de defensa tras la conquista en las islas de realengo correspondió a su respectivo gobernador hasta que, en 1589, fue creada la Capitanía General de Canarias, institución que asumió tales competencias. La política de fortificaciones en las Islas Canarias vivió su momento álgido a partir del ataque de Le Clerc, “Pie de Palo”, en 1553, contra Santa Cruz de La Palma. Dicho acontecimiento motivó el que, en Tenerife, se construyeran la “fortaleza vieja” de Santa Cruz y la Casa Fuerte de Adeje. Veinte años más tarde, la amenaza de un pirata de Salé, apodado “el Turquillo”, hizo que las autoridades de la referida isla solicitaran el asesoramiento de un ingeniero militar, Juan Alonso Rubián, con el objetivo de mejorar el sistema defensivo del litoral santacrucero. En un acuerdo celebrado el 9 de junio de 1573, quedaron por escrito las propuestas al respecto formuladas por Rubián, consistentes en reparar el terraplén de la” fortaleza vieja”, aquella que había sido proyectada por los hermanos Merino en tiempos del gobernador Juan López de Cepeda, y en construir un nuevo edificio que respondía al patrón de un pequeño fuerte, el cual debería levantarse alrededor de la ermita de Nuestra Señora de la Consolación para defender cualquier intento de ataque o invasión que tuviera lugar en el entorno de la Caleta de Blas Díaz. Para tal fin, Juan Alonso Rubián diseñó en papel y madera los modelos de la fortaleza.

El Álvarez de Fonseca que saca a la luz Rumeu de Armas en su minucioso rastreo documental realizado en base a las fuentes aportadas tanto por el Archivo Municipal de La Laguna como por el Archivo General de Simancas, es un hombre obsesionado por sanear los bienes de propios de la isla, punto de partida para materializar la construcción de la nueva fortificación y aprovisionarla con la artillería necesaria. Para ello, siempre inasequible al desaliento, consiguió de la corona que el Cabildo de Tenerife pudiese cobrar, durante el plazo de tres años - a partir del 8 de febrero de 1575 -, un ducado por cada pipa de vino que se extrajese con destino a América. Fonseca justificó esta estrategia ante el rey argumentando una más que desafortunada administración de caudales por parte del Cabildo que él se encontró cuando comenzó a ejercer el cargo de gobernador. Hoy sabemos que esto no fue del todo cierto y que buena parte del endeudamiento del concejo insular provenía de los gastos efectuados para construir la “fortaleza vieja”, levantada en tiempos de López de Cepeda. El monarca, sensibilizado en extremo ante los requerimientos de Álvarez de Fonseca, dispuso en una Real Cédula expedida el 25 de julio de 1575, que las autoridades de Tenerife siguiesen al pie de la letra las instrucciones redactadas por el capitán de artillería Francés de Álava. Las mismas confirmaban la necesidad de construir una nueva fortaleza habida cuenta de la “mala trasa” e impropia ubicación de la fortaleza de los hermanos Merino, la cual, además, dificultaba la línea de tiro de la nueva fortaleza proyectada; siguiéndose los consejos formulados por el ingeniero Rubián unos meses atrás, debería emplazarse en el terraplén donde se levantaba la ermita de Nuestra Señora de la Consolación - aquella que albergaba la hermosísima escultura de campaña hoy conservada en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción -, e, igualmente, que preferentemente debería tener cuatro baluartes o puntas de diamante.

A partir del 15 de diciembre de 1575 comenzaron las obras del Castillo de San Cristóbal. Ante las dudas habidas respecto a su definitiva ubicación, a pesar de lo dispuesto por Francés de Álava (unos opinaban que la fortaleza debía de construirse a la “lengua del agua” mientras que otros sostenían que el edificio debería levantarse en la parte más eminente, englobando la ermita pero algo retirada hacia tierra adentro) fue el propio Álvarez de Fonseca el que decidió cuál debería ser su emplazamiento definitivo, incorporando entre sus muros parte de la ermita de la Consolación e invadiendo la lengua de tierra que formaba la laja o arrecife que todavía hoy es apreciable por los visitantes del Centro. Ante la ausencia del ingeniero Juan Alonso Rubián se decidió llamar, con el objetivo de que las obras fueran ejecutadas, al maestro de obras de fortificación de Gran Canaria. Este nuevo enfoque derivó finalmente en el derribo de la venerable ermita, un día levantada por Alonso Fernández de Lugo como homenaje a uno de los benefactores de la empresa de la conquista de Tenerife, Lope Hernández de la Guerra, episodio este último narrado por Núñez de la Peña en el capítulo XVI de su Conquista y Antigüedades de las islas de la Gran Canaria (1676) . Igualmente, supuso la demolición de la “fortaleza vieja” y, en 1576, del “cubilete viejo”, otra fortaleza que había sido levantada por Lugo en 1515, en uno de los bordes del barranco de Santos, con el objetivo de defender la paya de Añazo. A partir de ese momento la celeridad de las obras fueron inusitadas para la época: el 14 de enero de 1577 se acordó por el Cabildo de Tenerife el traslado de la artillería y, a comienzos del mes siguiente, Pedro Fernández de Ocampo ejerció como primer alcaide de la misma. En 1582, el edificio fue sometido a mejoras en lo que a los dos baluartes de tierra se refería, construidos después que los otros dos que miraban al mar. La forma definitiva, en formato dibujo, de la que a partir de aquel momento fue considerada la fortaleza principal de la isla de Tenerife, fue reproducida pocos años después por Torriani y, algo más tarde, por Pedro Agustín del Castillo.

La lápida de Álvarez de Fonseca fue siempre ignorada en los inventarios que sobre el Castillo de San Cristóbal se fueron elaborando a lo largo de los años, incluso en los más completos (véase los realizados, entre otros, por Antonio Conesa en 1792 y por Pablo González en 1867), seguramente porque ya se consideraba parte de alguno de los muros del inmueble. No obstante, una fotografía tomada poco antes de la demolición del castillo - la cual tuvo lugar en 1928 - publicada en la obra Apuntes para la historia de las antiguas fortificaciones de Canarias (1996) , de José María Pinto de la Rosa, ponía de manifiesto la existencia de uno de los bienes muebles más curiosos entre los que pueden apreciarse hoy en el Centro de Interpretación del Castillo de San Cristóbal, el cual ha inmortalizado el nombre de quien edificó, a pesar de todos los obstáculos existentes, la fortaleza que por primera vez cubrió con ciertas garantías la zona de la bahía santacrucera más poblada, y hasta ese momento más indefensa, culminándose un proceso que antes había tenido en el “cubilete viejo” y “la fortaleza vieja” a dos ilustres antecedentes los cuales habían fracasado estrepitosamente en sus objetivos defensivos.