Registro de salida: «Mantón de Manila»

Registro de salida

Este término, muy habitual en el argot del mundo de los museos para indicar que las piezas se mueven (del almacén o las salas expositivas hacia otro lado), lo usamos ahora desde el Museo de Historia y Antropología de Tenerife para hacerte llegar digitalmente algunos de sus fondos.





Hoy: Mantón de Manila [23. 2013. 170]


Este mantón que hoy protagoniza el REGISTRO DE SALIDA fue donado al Museo de Historia y Antropología de Tenerife en el año 2013 por Dña. Mercedes Rodríguez García. Formaba parte de un amplio lote en el que se hallaban también disfraces, ropa infantil, juguetes, indumentaria civil de adulto y objetos religiosos que habían pertenecido a tres generaciones de la familia: su abuela, su madre y ella misma. Esta pieza en concreto se la regaló un tío a la madre de la donante en la década de los años veinte, siendo usada para asistir a bailes y actos sociales. Fue adquirido en Santa Cruz en un bazar dedicado a la comercialización de géneros textiles, tanto de nuestra región como foráneos.

Se trata de una prenda de una sola pieza de género de seda con ligamento de tafetán y de una alta densidad por centímetro cuadrado. Tiene forma cuadrangular de color rojo escarlata (tonalidad entre el carmín y el bermellón), con bordados monocromos en blanco amarfilado, que emplea puntos al pasado inclinados y al matiz chino, donde las grandes superficies se van rellenando a base de fajas estrechas superpuestas. Los motivos vegetales forman una cenefa perimetral con pequeñas rosas, flores, tallos y hojas; el campo central está cubierto de grandes rosas en las cuatro esquinas que van disminuyendo de tamaño por todo el campo, hasta llegar a las pequeñas que se entrelazan con tallos, hojas y flores de ciruelo, melocotón, cerezo, etc.

Presenta fleco añadido de seda de dos cabos color blanco amarfilado con enrejado de nudos de macramé de retícula romboidal. El paño soporte mide 1,50 m. de lado y el fleco 1,52 m. Se encuentra en perfecto estado de conservación y por sus características puede datarse en las primeras décadas del siglo XX.

Hay que partir de la base, tal y como deja constancia Antonio Cea en su artículo sobre el uso del pañuelo de Manila en tierras de Salamanca [1], que el mantón que comúnmente denominamos como “de Manila” no es originario de Filipinas, sino de la China, y que de aquel país es, simplemente, la vía de difusión. Tiene una aceptación generalizada en toda España, pero su uso varía mucho según las diferentes regiones. En suma, el mantón de Manila ni se llamaba mantón, ni es de Manila, ni fue moda solo del siglo XIX.

El origen de los mantones, según algunos autores, se puede remontar a China varios siglos antes de nuestra era, en plena dinastía Shang (1600 y 1046 a. C.), habiendo sido llevados a este país por los persas formando parte del atuendo de las chinas por influencia de la India desde el siglo VII. Hace más de mil años que cayó en desuso dejando de formar parte del vestido tradicional chino, aunque cabe la posibilidad de que se siguieran manufacturando para abastecer el mercado exterior. Pero de los actuales mantones solo se tiene noticia a partir del siglo XIX, fecha que marca el comienzo de la popularización de su uso como parte de la vestimenta cotidiana en Europa y Sudamérica.

Los denominados mantones de Manila son piezas cuadradas de géneros de seda de dimensiones variables, con flecos en todo su perímetro exterior y con bordados en una amplia gama de motivos, siendo los más comunes las flores con sus tallos y sus hojas, las chinerías, mariposas y pájaros a veces monocromos y otras de variados y vivos colores en una extensísima gama. Sus predecesores tenían forma de chal (prenda rectangular generalmente con flecos en los lados más estrechos) con bordados en las puntas todo en seda, por lo que tal como los conocemos en la actualidad, solo tienen poco más de dos siglos de existencia.

A través de la Ruta de la Seda las producciones de los chinos se comercializaban en todo occidente desde el siglo XVI. Buena parte de este comercio se realizaba a través de Filipinas anexionada a España en 1564, de cuyo puerto más importante, Manila, salían los galeones rumbo a Sevilla por lo común dos veces al año, y en ocasiones extraordinarias tres o cuatro veces, tocando puerto por primera vez en Acapulco donde la mercancía era descargada y llevada por tierra atravesando la ciudad de Méjico hasta Veracruz, para cruzar el Atlántico hasta llegar a Sevilla.

Así, los mantones tal y como hoy los conocemos -ya sean bordados o no- figuran entre las relaciones de mercaderías chinas que desde finales del siglo XVIII llegaban a occidente. A comienzos del siglo XIX empiezan a bordarse con los motivos propios de la cultura china, pero también era posible encargarlos con diseños particulares occidentales.

Los ejemplares más antiguos presentan géneros muy finos de seda con ligamento de tafetán, con flecos naturales en los cuatro costados, es decir, flecos sacados de la misma tela destejiendo trama o urdimbre, para luego agrupar los hilos en pequeños manojitos que se torcían en cordoncillos. En los primigenios, los bordados se reducen a una o dos cenefas perimetrales, con la adición, en ocasiones, de flores pequeñas en las cuatro esquinas.

En su evolución posterior, los bordados van ganando espacio, pudiendo llegar a cubrir todo el campo. También crecen los flecos, los cuales se empiezan añadir de seda y con posterioridad en perlé (algodón mercerizado) de mayor grueso y peso, lo que hace necesario que el cuerpo de seda sea más fuerte y denso, con frecuencia de crespón de China. A lo largo del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, los bordados se realizan con hilos de mayor calibre y los flecos añadidos aumentan de tamaño con un enrejado de nudos de macramé de complicados diseños que pueden alcanzar el medio metro de largo. Esta circunstancia viene condicionada por el hecho de que, a más peso, mayor precio adquirían los mantones.

Son dignos de destacar aquellos mantones bordados en su totalidad con escenas de la vida cotidiana de China, incluyendo paisajes con puentes y pagodas y diminutas figurillas de personas y animales en las más variadas actitudes. En algunos de estos ejemplares las caras de los personajes eran talladas en finas láminas de marfil. Fueron muy usuales en el último tercio del siglo XIX.


[1] CEA GUTIÉRREZ, Antonio. Entre el tópico urbano y la realidad rural. La implantación del pañuelo de Manila en tierras de Salamanca: un caso de globalización localizada. Anthropos, Cuadernos A. Temas de Innovación Social, Anthropos Editorial, Barcelona 2004, pag. 243-271